Bindu cumple treinta años

 En Relatos biográficos de una yoguini

Delante de la pantalla en blanco, estoy dándole vueltas a cómo abordar el aniversario de Bindu para no repetir lo dicho en otros relatos. Posiblemente escriba y borre, una y otra vez, hasta encontrar lo que siente mi corazón.

Bindu nació, en septiembre de 1992, como respuesta a mi necesidad de acercar el yoga a mi barrio: toda una osadía, por entonces, ya que no era tan popular como ahora. Fue más fuerte la llamada del cumplimiento de mi vocación, que el pánico que me producía aventurarme en un terreno completamente desconocido para la mayoría de las personas. Abandoné mi trabajo y me lancé de cabeza. Pero confieso que hubo momentos de ansiedad y angustia.

Quizá muchos os preguntéis cómo es posible que mi sistema nervioso se desbordara si hacía yoga. Ahí está la cuestión: prejuicios. Yo también tenía ideas preconcebidas sobre el yoga y la “perfección” que se debía alcanzar para impartir sus enseñanzas: después de cinco años de práctica y formación para dar clases, no me veía aún como una “auténtica” yoguini. Por otro lado, dejar la seguridad de un trabajo y ponerme en manos de la diosa Fortuna me creaba inquietud. Hoy día, al recordarlo, no puedo evitar que acuda a mis labios una sonrisa.

Mi sentido de la responsabilidad, debido a mi personalidad, me hacía ser muy exigente conmigo misma. No obstante, también tuvo sus ventajas: estar formándome constantemente para ofrecer el máximo de herramientas que favorecieran la salud, el bienestar.

A lo largo de estos años (por cierto, han pasado volando), fui adaptando mis clases a las necesidades de los alumnos que llegaban a Bindu. Nunca tuve ningún reparo en recomendar otros centros si la persona no conectaba con mis clases o conmigo. Mi deseo siempre fue que se practicase yoga. Eso sí, con personas cualificadas y en entornos favorables para la práctica (perdón si alguien se ofende, pero sigo pensando que un gimnasio no es el lugar más adecuado para practicar YOGA).

Debido a los avatares de la vida, he temido, en algunos momentos, no poder seguir con mi proyecto y me dolía enormemente la idea de tener que cerrar Bindu. Pero, contra viento y marea, aquí seguimos y confío que durante muchos años más. De todo corazón, gracias a todos los que valoráis el trabajo que hacemos. Mi mayor recompensa es oír: “estoy mucho mejor”. Soy consciente de que el mérito no es mío, sino del propio alumno con su constancia y entrega a la práctica.

Bindu puede ser especialmente útil a todas aquellas personas que quieran explorar el enorme potencial que poseen oculto en su interior. Poco a poco, podrán constatar lo agradecido que es el cuerpo cuando se le cuida, lo efímera que es una emoción cuando se aprende a mirarla y lo terca que es la mente, pero que es posible domeñarla sin batallas. Sin embargo, los que quieran “caña”, no saldrán satisfechos.

Como ya dije en el veinticinco aniversario: gracias, mil gracias a todos los que, a través de mi evolución, me seguís acompañando. Y, ¿cómo no?, a todos los que han asistido a mis clases: horas, días o años.

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