Obstáculos en el camino

 En Relatos biográficos de una yoguini

Nuestra compleja personalidad está condicionada por influencias tanto internas como externas: genes, constitución física, ambiente, educación, género… Todas ellas irán determinando el modo de actuar, de reaccionar. En definitiva, de conducirnos ante las distintas experiencias con las que nos vayamos encontrando a lo largo de nuestra vida. Ciertos rasgos de la personalidad, pueden ir modificándose a lo largo del tiempo, siempre y cuando haya una buena capacidad de adaptación y flexibilidad. Sin embargo, el temperamento, esa tendencia innata, natural y espontánea de reaccionar, es muy difícil de cambiar, por no decir imposible, ya que está determinado por los rasgos fisiológicos y constitucionales que heredamos. El carácter, al ser adquirido, podemos modificarlo: valores y costumbres. Luego, para poder transformarnos, si así lo deseamos, debemos tener en cuenta hacia dónde dirigir nuestras acciones, y ser pacientes.

El yoga nos proporciona instrumentos de transformación valiosísimos. Abre puertas y ventanas, si se lo permitimos, que nos hacen tomar consciencia de nuestras tendencias, hábitos, resistencias… Disciplina para osados y valientes: puede ser duro mirarnos al espejo y ver sin velos.

En mis inicios con el yoga (los cuales narraré en un próximo relato), hubo de todo: el encuentro con el propósito de mi vida, descubrir mis capacidades y limitaciones…  Pero después de más de media vida practicándolo y enseñándolo, el mayor tesoro que me ha proporcionado es la meditación: el mejor método de autoconocimiento y transformación.

El neófito suele tener ideas preconcebidas de lo que significa meditar. Se cree que es no pensar, dejar la mente en blanco, estar muy concentrado y no distraerse, sentarse con las piernas cruzadas en la posición del loto, confundir la meditación con la relajación… Estas creencias y la prisa son los principales obstáculos, al principio. Si no se tiene la oportunidad de encontrar un guía cualificado, ni se confía en las enseñanzas ni en el propio potencial, se abandona la práctica de pura frustración.

Sí, frustración.

¿Cómo sentirme si me indican que atienda a la respiración y no lo consigo durante más de unos segundos? Porque al principio solo son segundos. ¿Cómo no reaccionar al dolor de rodillas o espalda, o a ambas? No estoy acostumbrada a estar sentada con las piernas cruzadas y el torso erguido. ¡Qué aburrimiento observar la respiración! Mi mente necesita muchos y distintos estímulos. ¿Por qué no he vuelto a tener la experiencia tan maravillosa y placentera de hace unos días? Porque voy con expectativas… La lista podría ser interminable.

Cuando, con la práctica, empiezo a comprender, cuando me comprometo con ella y soy constante y paciente, un mundo inmenso se abre ante mí. Empiezo a percibir la naturaleza de la mente, sus tendencias, hábitos, reacciones, apegos, rechazos, resistencias… y lo difícil que es cambiarla. Pero si sigo practicando, una nueva actitud surge: no me dejo atrapar por esas tendencias y hábitos persistentes, no me enfado ni me frustro. Empiezo a ver y a posicionarme de forma más extensa, que abarque todas mis estructuras. Observo, exploro con curiosidad y dejo partir.

Sí, comprendo que las distracciones seguirán, que, si soy impulsiva, seguiré reaccionando con impulsividad… Pero iré creando el hábito de ser consciente, de ver surgir y soltar. Y lo mejor, a lo largo de todo este proceso de descubrimiento y aprendizaje, desarrollaré mi autoestima, amabilidad, compasión hacia todos los seres, y no dejaré de sonreír; además, mi transformación, mi despertar, influirá en todos los que entren en contacto conmigo. ¿Cuál es la clave? No evitar ningún pensamiento, emoción o sensación, pero no resistirme, ni apegarme ni huir. Me iré convirtiendo en una testigo consciente y los obstáculos dejarán de ser obstáculos para convertirse en aliados.

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