Urim y Tumim

 En Relatos biográficos de una yoguini

Después de lo vivido, no me cabe la menor duda de cómo nos afectan el periodo prenatal, nacimiento y temprana infancia. Los recuerdos velados en el inconsciente pueden emerger espontáneamente, como en mi caso, o a través de distintas terapias: hipnosis, regresiones, psicoanálisis, terapia corporal y técnicas respiratorias. Nuestra personalidad no solo está condicionada por el temperamento, ambiente y educación. Muchas personas pueden llevar una vida sin grandes conflictos y exitosa, y un episodio estresante o traumático actualizar acontecimientos soterrados en el inconsciente; también, inconscientemente, crear situaciones o vínculos que producen sufrimiento. Si el inconsciente influye tanto en nuestra existencia, son fundamentales los métodos de purificación mental para llevar una vida equilibrada, armoniosa.

Año 1982.

Una tarde, durante la siesta, tuve un sueño. Apareció ante mí un anciano, con una especie de túnica y totalmente calvo.

-¿Quieres ver cómo naciste? -me preguntó.

-Sí –le contesté.

-Toma el Urim y Tumim y lo verás.

Me entregó unas gafas sin montura y al colocármelas, súbitamente, vi lo que me pareció el canal del parto. Sentí pánico y me desperté; pero no podía moverme, oía a mi madre en la cocina y percibía el entorno. Intenté llamarla para que me ayudara, mas tampoco podía hablar: movía los labios con dificultad, pero no emitía sonido alguno. Empecé a preguntarme qué me estaba ocurriendo y, al hacerlo, un pitido agudo en la cabeza aumentaba con cada pregunta. Llegó un momento en el que creí que iba a morir y, solo cuando lo acepté, empezó a remitir tal estado, que se me hizo eterno.

A partir de entonces, cada vez que me acostaba, sentía una mano en el cuello, como relaté en El renacer. Pero no solo era la mano, que se mantuvo durante muchísimos años, sino que también, durante mucho tiempo, se repitieron, con cierta asiduidad (en un año seis veces), los estados de inmovilidad. Las primeras veces fueron intensos y me dejaban traumatizada, pero, poco a poco, me acostumbré, o no dramatizaba, y no me afectaban tanto, hasta que desaparecieron por completo.

Después de mucho analizar y pedir a mi madre, una y otra vez, que me contara con detalles cómo vivió mi parto, comprendí: el sueño me hizo experimentar el mismo estado que tuvo mi madre: desbordamiento, pánico, sensación de que iba a morir, inmovilidad en las manos, visión borrosa… Los cinco partos anteriores fueron más fáciles, aunque los de las niñas menos: solo necesitó la asistencia de la matrona. Conmigo exigió que acudiera el médico; cuando llegó, yo ya estaba en el mundo.

El porqué de sentir una mano en el cuello está claro, ¿no? Aún, en los momentos más complicados o estresantes, cuando estoy en la cama, tengo la sensación de tener posada la mano invisible. Pero ya no me importa. Es más, me estuvo acompañando durante tantos años, que ya, por hábito,  acomodo mi mano en el cuello.

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