Benditas crisis
Todos, en mayor o menor grado, a lo largo de nuestra existencia, experimentamos estados dolorosos, angustiantes, desgarradores, críticos… El sufrimiento es inherente a la vida. Dependiendo del nivel de Neuroticismo que presente la persona, podrá gestionar mejor o peor esas situaciones.
El Neuroticismo es uno de los cinco factores de la personalidad y, junto con la Extraversión, tienen una base biológica, temperamental; están condicionados por los rasgos fisiológicos y constitucionales que heredamos, y, por lo tanto, es más difícil escapar a su influencia. Los otros tres factores: Apertura, Amabilidad y Responsabilidad, tienen la base en el carácter: ambiente, educación, cultura, creencias, hábitos,… Estos, al ser adquiridos, se pueden modificar. En Obstáculos en el camino , también puedes encontrar una breve referencia a la personalidad.
El Neuroticismo es la mayor o menor sensibilidad con la que reaccionamos ante las emociones. Es lo que se llama inestabilidad emocional o emotividad, y se considera un rasgo normal. Una persona con niveles altos en Neuroticismo nos está diciendo que tiende a la hipersensibilidad emocional y que tiene dificultad para volver a la normalidad después de experiencias emocionales fuertes. Tiende a ser una persona ansiosa, preocupada, irritable y con cambios de humor. Una persona con niveles bajos en Neuroticismo nos indica que tiene escasa respuesta emocional, que es estable emocionalmente.
Para la mayoría de nosotros, si no todos, los momentos críticos constituyen un problema que es preciso resolver cuanto antes. Creemos que lo importante en esta vida es solventar todo lo que nos aleje de la felicidad; pero la felicidad es efímera y no podemos escapar de los problemas, circunstancias o estados que terminan por ponernos a prueba. Si huimos, si nos resistimos, perdemos la oportunidad de que nos enriquezcan. No significa que no haya que hacer terapias o no tener tratamientos, sino que, además o sobre todo, requieren una respuesta espiritual que nos haga conscientes de las transformaciones que van surgiendo, del desarrollo de una mayor sensibilidad y del sentido que adquieren no solo para uno mismo sino también para los demás.
Posiblemente, la primera vez que se entra en el túnel o “la noche oscura”, sea la peor. Se llega a creer que nunca más se saldrá. Pero, si se repite, llega un momento en el que no se ve tan difícil la salida: no quiere decir que sea más leve.
El hecho de querer encontrar el sentido de mi vida, de hallar repuestas a los porqués y los para qué, me llevaban a grandes crisis, y estas, por otro lado, me hacían desear no solo aliviar mi sufrimiento: también el de los demás. Creí que mi camino podría estar en el campo de la salud, pero, a raíz de una experiencia, me di cuenta de que el sufrimiento ajeno me afectaba demasiado. No podía imaginar, entonces, que la angustia me conduciría al encuentro con mi vocación.
Como indiqué en Los inicios, empecé a practicar yoga por necesidad: << O haces algo o tendrás que tomar medicación>>, fueron las palabras del médico. Ya había comprobado que los psicofármacos no trataban las causas de mis depresiones, ansiedades, miedos… Así que, por recomendación de mi amiga, me apunté a clases de yoga. No solo me encantó: ¡estaba hecho a mi medida! En unas semanas desaparecieron los dolores de cabeza y de espalda. Si mi empatía y sensibilidad me impedían trabajar en un hospital, el yoga me brindaba la oportunidad de trabajar en el campo de la salud, aunque de otra forma. Y tomé la decisión más importante de mi vida: formarme, dejar mi trabajo y llevar el yoga a mi barrio.
Es importante comprender que las crisis forman parte de un proceso de crecimiento y maduración; que estamos bajo las influencias de los ritmos del universo (como la marea, las estaciones…); que no todos los estados ansiosos o depresivos son por un trauma inconsciente; que no es imperioso encontrar una significación siempre a todo; que las causas pueden ser múltiples (energéticas, químicas, astrológicas…); que son los hábitos y tendencias mentales las que hacen que nos desbordemos. Comprender, esencialmente, que nada es permanente. Y como el cambio es continuo, las necesidades también cambian y se termina, con el tiempo, por no poner tanto empeño en reprimir o modificar los estados que percibimos como desagradables, o en programar la mente con pensamientos positivos. Comprobamos que al explorar y aceptar las emociones, sin resistencias o reacciones, se diluyen, desaparecen.
Practicar yoga no ha impedido que en algún momento sienta inquietud, o ansiedad, o que me deprima, pero sí ha permitido que ya no me importe.