Toma su mano
No recuerdo exactamente cuándo empecé a sentir cierta conexión con ”el más allá”. Lo que sí recuerdo es el pavor que me producía, y pedía que, por favor, no se me presentara ningún espíritu. Funcionaba, porque era a través de sueños cómo conocidos, poco después de morir, se ponían en contacto conmigo.
La primera vez que ocurrió no entendí muy bien qué significaba, hasta que me di cuenta de que mi amigo fallecido me pedía ayuda, y que lo único que yo podía hacer desde aquí era orar. A partir de ahí, supe cómo actuar con los sueños de ese tipo.
Sé que me estoy adentrando en un terreno complejo, condicionado por las creencias. Si lo que a continuación voy a decir hace reflexionar y es útil a alguien, me doy por satisfecha.
No pretendo demostrar la eternidad del alma. Ni basar este discurso en documentación sobre experiencias cercanas a la muerte, ni exponer los rituales utilizados en las distintas culturas para uno de los momentos más sagrados de nuestra existencia. Solo ofreceré unas breves instrucciones para acompañar durante el tránsito. Los que quieran ampliar la información pueden encontrar multitud de textos sobre el tema.
Mantener la serenidad ante la inminente perdida de un ser querido no es nada fácil. Sin embargo, la calma y fuerza vienen a asistirnos cuando más lo necesitamos. La prioridad es que nuestro ser querido no nos vea sufrir, ello le angustiaría y le haría poner más resistencia a partir. Si por un accidente, o cualquier otra circunstancia, no estamos presentes en el momento de la expiración, también podemos ayudarlo a que parta tranquilo.
Muchos ven a la muerte y todo lo que la rodea como algo lejano, doloroso y, por tanto, mejor no se plantean el asunto. No tienen consciencia de que el miedo surge justo por no querer mirarla. Mis reflexiones, investigaciones y experiencias han hecho que la comprenda mejor.
He llegado a la conclusión de que las cuatro grandes razones para temerla son: el dolor físico, los apegos afectivos y materiales, la soledad que conlleva y las representaciones mentales que dificultan todo el proceso. Para ofrecer un buen acompañamiento debemos tenerlas muy presente.
A no ser que sea repentina, la muerte siempre avisa de su llegada. Cuando se ama, duele el sufrimiento que tendrán los seres queridos que quedan en esta orilla. Si el que va a morir sabe que ha llegado el momento, el que está junto a él, también, aunque desee ignorarlo. Es el momento oportuno de expresar los sentimientos, de decirle lo que significa y ha aportado a nuestra vida, de trasmitirle a través de la mirada y el tacto, lo importante y querido que es y, sobre todo, de hacerle saber que estaremos bien. También favorecer que él pueda expresarse, si es que aún puede hacerlo. Lo importante es que sienta que estamos presentes con el corazón y los cinco sentidos. Todo lo que omitamos nos perseguirá.
Si me pongo en el lugar del que siente cómo se le escapa la vida, percibo la soledad intrínseca a la existencia. Tomarle de la mano, hablarle dulce y cariñosamente para que sienta que estamos ahí; si es creyente, recordarle que tendrá compañía que lo guiará al otro lado, que siga la luz… Es lo mejor que podemos ofrecerle. Posiblemente le asalten las dudas en ese momento tan crítico: tenemos que hacer lo posible para que sienta confianza.
Unos de los grandes obstáculos, sobre todo al salir del cuerpo, son las representaciones mentales: todo con lo que nos identificamos y las creencias adoptadas, por lo cual el viaje de regreso estará totalmente condicionado. Es crucial, para esta etapa, todo el trabajo interior que se haya realizado en vida: conocer la naturaleza de la mente hará que comprendamos mejor todo el proceso de vuelta al Hogar.
Ignoramos cuándo y cómo mostrará la muerte su rostro. Lo deseable es que sea con el menor sufrimiento posible y en las mejores condiciones, pero será lo que tenga que ser y aceptar es la mejor opción. Todos necesitamos que nos tomen de la mano, y, si no ha sido posible, tener la certeza de que tendremos a alguien que nos haga llegar un “todo irá bien, volveremos a encontrarnos”.